Rafael Escalona Martínez falleció este miércoles (13 DE MAYO) en la Fundación Santa Fe de Bogotá, a las 4:36 p.m., de un paro respiratorio después de varios días de hospitalización. Escalona entró por última vez a la clínica el lunes 4 de mayo. Padecía de cáncer, tenía débil el corazón y además una insuficiencia renal.
Con su sombrero de ala ancha, su gabardina y corbata tenía a la vista de las visitas un aire siempre imponente. Incluso ya enfermo, en sus cada vez más breves convalecencias en casa, recibía a la gente tan elegante como en sus retratos.
No importaba que debajo del paño escondiera el algodón de su pijama de enfermo. Imponente fue siempre, aunque la voz se le apagara y se fuera dulcificando lentamente. A lo largo de los años y la enfermedad (tenía varias dolencias, un cancer una insuficiencia renal y, la más grave, la del corazón) la sabrosura de sus relatos -porque era delicioso oírlo contar sus anécdotas- cedía terreno ante la dificultad de respirar sin ayuda del oxígeno. Ya había tenido dos síncopes cardiacos en el 2007 y una vez se desmayó en un evento con vicepresidente a bordo.
Sus entradas y salidas de la clínica hacían que las citas con los amigos se vieran siempre en peligro de ser canceladas a última hora. Sin embargo, la amistad fue algo que alimentó la vida del compositor de la Elegía a Jaime Molina, que le compuso para cumplirle la promesa de dedicarle una canción si se moría primero. Por eso, a pocos meses de la muerte de su gran amigo Alfonso López Michelsen, su hija Taryn resaltaba que con López se le acabó de ir el alma.